Silbido: Auspiciado por Escuelab, la galería Ex Estar promete constituirse como un interesante espacio para la organización de eventos en los que se reúnan fotografía, videoarte, pintura, diseño, performance, poesía, música e instalación. El 31 de marzo tuvo lugar el cierre de su primera edición y ya se abrió la convocatoria para la segunda que tendrá lugar el 14, 15 y 16 de abril. Ahora, nos ocuparemos solo de una de las aristas que despuntaron en aquel cierre, el de la poesía electrónica de Ánima Lisa, proyecto que supera en amplia medida el estado general de putrefacción de nuestra poesía actual, la cual se mueve entre el poemario y el recital, como lo muestra el próximo Festival Eñe América. Quizás el conversatorio Poesía Contaminada acerca de las interacciones entre poesía, sonido y performance prometa algo más, aunque ya los recientes “Inventario”, libro de poesía visual, así como “La voz de JRGUU”, disco de poesía sonora, de Luis Alvarado nos indiquen lo contrario. Ya en la anterior presentación de Ánima Lisa como parte del Tecno Arte Hoy del año pasado, habíamos destacado la pretensión que tenía su proyecto de dotar de mayor importancia a la corporalidad en la escritura. Dicha pretensión se insinuaba ciertamente en determinados elementos performativos, por ejemplo, en el sinuoso tejido atonal del piano de Satie, pero ellos seguían siendo subsidiarios del contenido poemático. Y es que la apelación a la disolución de la jerarquía melódica de la música tonal, y en este caso solo al serialismo en términos de la altura de las notas y no de otros componentes como su duración, intensidad o timbre, no representa una ruptura frente a la palabra sino que resta inofensiva frente a ella.
Tartamudeo: Esta segunda versión de Ánima Lisa entraña ciertas modificaciones afortunadas. Si bien ya desde la primera entrega el contenido poemático aludía en claro carácter auto-referencial a ese resto que queda excluido en el imperio del sentido o a que este se dé solo como aquello que rehúsa la patencia, ahora se ha explotado con mayor radicalidad el carácter espacial y visual del poema con resultados desiguales. El segundo y el tercer poema (titulados) siguen anclados temáticamente al resto entendido como organicidad en el sentido más literal del término, mientras que su aprovechamiento del espacio es o nulo en el sentido de la prosa poética o trillado en el sentido más clásico de la poesía visual. En contraste, respecto del primer poema, si bien este también se acomoda a la interpretación fisiológica de lo excluido, es en el estilo prosaico que asemeja al spoken word, en esa aura beatnik que lo rodea, en el cual podemos reconocer una toma de distancia interna al autoindulgente melos del poema. El cuarto poema, asumiendo el resto y su ausencia mediante la tematización del barullo, también lleva a cabo una toma de distancia del melos pero no mediante la prosa sino por medio del aforismo. En segundo lugar, la pantalla que reproduce el tecleado del poema no ha variado en absoluto; se ha constituido en mero adorno. ¿Qué es, pues, el adorno en la dación del poema? Constituye la ruptura frente al sentido instituido del lenguaje pero como externalidad, es decir, la negación que se reinstaura como afirmación de otra institución lingüística. En tercer lugar, la música de amueblamiento ahora se ha suplantado por la sonorización de cada letra por su equivalente fonético, lo cual ciertamente resulta en primera instancia atractivo, en tanto alude a la propia segmentación cacofónica de decir el sonido primario de la palabra. Sin embargo, luego se constituye en un estilo, en un mero efecto de vocoder que parece reproducir la lógica trágica del devolucionismo del Fitter, Happier del OK Computer, antes que el de DEVO, aún atravesado por la caricatura y la sátira. Ciertamente, hay cierta virtud en que el silencio de la hache, silencio anhelado por la totalidad del diálogo consigo mismo del alma, se traduzca en un ahogo, lo cual podría ciertamente exagerarse con los demás sonidos: la g, casi un gargajo; la a, un grito; la p, un disparo; pero, en suma, lo que sigue permaneciendo inalterado es el hecho de que la organicidad sigue reconociendo al átomo estructural de la letra como su elemento mínimo. Ya desde el diálogo platónico Crátilo, género poético griego en el que también se da dicha tensión inherente al decir y el escuchar, se pasa de la tematización del decir a la arbitrariedad de la letra. Sin embargo, a partir de ella se va más allá, a la fisiología de la consonante sonora y el fluir y, más aún, se quiebra dicho curso orgánico aludiendo al concepto de la mímesis, al reconocimiento de su carácter ficticio.
Vómito: No obstante, hubo un par de momentos, en los que la indisociable confluencia de ahogos del sentido por medio de un lenguaje en el otro y del lenguaje en su triple extrapolación adoptó el carácter del “tener cuerpo”: por un lado, en el primer poema, la descripción fonética y fonológica al mismo tiempo de la subjetividad subyacente a todo acto de afirmación del sí mismo y de comunicación de sentido al otro (“todos balbuceamos y somos burros y cada vez que queremos hablar nos sale un sonido como el de una i junto a una o”) a la vez se traducía sonoramente en una especie de hipo, de espasmo, de agrietamiento inherente a su decir la identidad. Más aún, el rasgo que habíamos descrito como el más relevante en la pasada entrega, es decir, el del acto de borrar todo el poema en el cual lo que quedaba era la resonancia de la tecla, ahora es reinterpretado como el del grito de la subjetividad por medio de esa arcada diptongal que es el io, io, io, io, io. Por otro lado, en el cuarto poema, la pretensión de decir la resonancia, entendida esta como la imposibilidad de captar a la remisión que constituye al sí mismo como no otra cosa que la propia remisión, asume el espesor de la repetición, es decir, del ritmo, elemento que patentiza y disecciona al tiempo, y el eco, esa heteronomía de la reafirmación: “Somos el punto de ebullición en que la duda se absuelve ppppprrrrrrooooo nnnnnnnuuuuuunnnnn cccccciiiiiiiiaaaaaaaannnnnnnnn dddddddddddddooooooooooooo”. Son esos dos instantes en los cuales el poema encuentra su lugar como reverberación del yo. Conversando posteriormente con uno de sus integrantes, este nos decía que la poesía debe unir aquello que la filosofía separa. Sí, pero solo si esa unión está pegada con baba, solo si el engrudo de la articulación se chorrea por los lados signando su tajo
Reseña por Angel Alvarado Cabellos