Tecno Arte Hoy (Casa Ida – diciembre, 2010)

Contrición: Si bien seguimos manteniendo las reservas ya expresadas anteriormente, es indudable que la Casa Ida es últimamente el espacio cultural independiente más interesante y productivo de Lima. Y con Tecno Arte Hoy por segundo año consecutivo no ha hecho sino reafirmarlo con creces. No es por desmerecer la creciente actividad de la Casa Rosa, pero la expresa renuncia de la Casa Ida respecto de la juerga es una decisión que no tiene parangón en nuestra movida. No se malentienda dicho rechazo como un abogar por cierta actitud teórica, moralista, calculadora o purista del arte, sino que este busca ir más allá de la sobreentendida realización del vacío de contenidos en el vacío de la botella (dicha realización es propia no solo del margen sino de todo lugar de vaciamiento). Este rechazo busca asimismo pretender decir dicho vacío de contenidos. Hasta fines del siglo pasado, bastaba la pretensión. No obstante, sumándose a dicha pretensión, o, mejor dicho, en algo así como una suma de pretensiones, las cuales pueden asumir una diversidad de formas, puede llegar a haber algo así como un habitar el margen, algo así como un constituir una “casa”.

Así, la “casa” como suma de pretensiones de decir el vacío de contenidos, por oposición a la realización implícita del vaciamiento.

Liturgia de la palabra: El primer proyecto que se presentó fue Ánima Lisa, producción colectiva de lo que denominan “poesía electrónica” y que consiste en llevar un paso más allá la dotación de importancia al cuerpo en la escritura. Ciertamente, nunca ha estado separado el cuerpo de la escritura en el poema ya sea como metáfora, aliteración, caligrama, escritura automática, cadáver exquisito, collage, poesía visual, poli-poesía, poesía virtual, etc. Asimismo, dicho proyecto se entronca dentro de la reciente exposición “Poéticas Plurales” del Centro Fundación Telefónica y la reciente visita de Enzo Minarelli. La idea es simple: proyectar en una pantalla con estética de monitor monocromático el tipeado de un poema, tanto de las letras como de las manos que las tipean, habiéndole asignado previamente a cada letra del teclado una determinada nota de piano. Está claro que ambas pantallas refuerzan el carácter corporal de la escritura en términos de su performatividad. Por un lado, el texto no es entendido como medio de transmisión de un contenido sino que su propia producción forma parte del contenido transmitido. Ello es más claro en el caso de la filmación en vivo con vista nocturna de las manos que tipeaban el texto (fuimos testigos de lo mucho que lidiaron por borrar la rúbrica “Nightshot”, lo cual podría revelar aún cierto inconfeso desprecio de lo textual). Por otro lado, parece apuntarse a ir más allá de la transmisión del contenido ya sea en términos de lenguaje o de acto, por medio no tanto del contenido del poema, así asuma este la forma de la interrogante, de la auto-re-producción celular o de la relación con el Otro inconmensurable que es Dios, sino, más bien, por medio de los errores de tipeo, ya sean corregidos como expectativas de sentido frustradas o dejados tal cual como restos culpables (una mayor culpabilidad que aquella temática de la misiva incontinente), de los silencios polivalentes, del accidente sonoro de las predeterminaciones del sistema operativo, de la azarosa flecha del mouse que quedaba señalando una palabra, del ritmo del tipeado, ya sea como un primate mono-dactilar, ya sea como una mecanógrafa en crack, y del laberíntico y oscuro juego de notas de piano que lo acompañaba, el cual asemejaba a las miniaturas disonantes de Satie. Son estas herramientas las que deberían priorizarse por sobre el poema de facto escrito en el papel / transcrito en la pantalla. Esa escrituralidad sigue manteniéndose como una concesión a la partitura. Pensar el fantasma del poema, eso es lo que resta hacer con mayor radicalidad. Fue quizás el gesto último de borrar todo el poema, atronador, kafkiano y sentenciante como el martillo de un juez ausente, el que, enfrentándonos al fondo oscuro de la letra y dejando la resonancia como huella, guardó mayor fidelidad a dicha tarea.

Reseña por Angel Alvarado Cabellos


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