Donde viven los monstruos

 

Por Valeria Román 

“El pasado lleva consigo un índice temporal mediante el cual queda remitido a la redención. Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta exigencia a la ligera.

– Walter Benjamin

 

NOTA: A raíz los distintos artículos escritos en el lapso de estas últimas semanas en referencia a la llamada “poesía joven” y las posiciones planteadas por los protagonistas de dicha discusión en anteriores ocasiones con respecto al diagnóstico de esta misma, he encontrado pertinente y necesario el ordenar algunas de las ideas que he venido formando a partir de estas discusiones. Agradecer a los amigos de Ánima Lisa, con los cuales siempre es un gusto colaborar, por el espacio.

 

Las épocas pos-guerras son sumamente extrañas: allá por los años cincuenta, luego de que Francia fuese liberada de la ocupación alemana por las fuerzas aliadas, el cine se hizo más popular que nunca. Durante la ocupación, los nazis habían prohibido la importación de películas. Como resultado, después de la guerra, cuando la prohibición fue levantada en 1946, casi una década de películas desaparecidas llegaron a los cines franceses en el espacio de un solo año. Este periodo trajo consigo un gran deseo de autoexpresión, comunicación abierta y comprensión. La discusión en torno al cine, inevitablemente, se convirtió en parte de dicho discurso. La popularidad de los cines, en ese sentido, trajo consigo toda una revitalización de la actividad cinéfila: cineclubes, revistas, círculos de crítica, etcétera.

En ese contexto aparece un grupo de –primero, críticos– cineastas jóvenes que proponían una ruptura con el cine francés de su época, el llamado “cinéma de qualité”. Impulsados por el éxtasis y el deseo de libertad de la época, además de ciertas influencias por parte del cine norteamericano, italiano y alemán que ya circulaba libre por las cinetecas, comenzaron a producir sus propios cortometrajes. A finales de la década, este grupo ya tomaba cierta forma, comenzando a ganar terreno entre los jóvenes consumidores de cine. Los sesentas vieron nacer muchas cosas; lo que nacía en ese momento, más que un movimiento, era una etiqueta: “Nouvelle vague”. Un término que según los propios autores a los que se les atribuye éste, no significaba nada, pero probablemente también sea uno de los más influyentes y conocidos en la historia del cine.

Más allá de una decepción con respecto al cine producido en la época y una serie de opiniones con respecto a ciertos directores franceses y no-franceses, estos jóvenes no compartían mucho en común. No eran parte de un estilo, ni de una corriente, mucho menos de un canon. Si bien se asocia esta etiqueta a un tipo de película, las referencias suelen ser paradigmáticas, o hasta gaseosas e irrelevantes. Y si conocemos a los directores relacionados con esta etiqueta, veremos que muchas veces llegan a ser radicalmente diferentes. Mas, la llamada Nouvelle vague hacía referencia a una cosa en particular: un misterio. Era el misterio (o la promesa) de aquella ruptura con la vieja guardia del cine francés, y del nuevo cine que vendrá. Ese era el hilo que los unía: el mito mesiánico de lo nuevo frente a lo viejo.

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¿Qué es lo sentimentalito? Si nos guiamos por lo que se ha escrito en algunos artículos donde Roberto Valdivia, miembro del colectivo Poesía Sub 25, hace referencia a esta nueva “movida” de la poesía joven, básicamente hablamos a un grupo de autores nacidos entre comienzos de los noventa y el filo de este siglo. Autores que comparten ciertas lecturas, como lo sería la Alt Lit estadounidense, e incluso lecturas de las escenas más nutridas en Latinoamérica, como lo sería México o Argentina. Autores que hacen referencia a “lo pop” (vagamente concebido) en sus poemas, o mejor dicho, al mainstream más occidental que la globalización ha podido entregarnos, y que en el corazón de éstos, encontramos la sentimentalidad como centro. Si es acaso también importante acotar, en su vena más profunda se encuentra un nuevo modo de asumir la vida y la adultez desde la óptica de un espíritu joven e ingenuo ante la intemperie del mundo contemporáneo.

Sobre todo, y es crucial, creo, apuntar esto: son autores huérfanos. La orfandad, si consideramos lo ya dicho por Valdivia, evidentemente apunta a la distancia que estos autores guardan con la tradición poética peruana y el refugio que han encontrado en lecturas más o menos contemporáneas a éstos mismos. Sin embargo, considero más que el hecho de acuñar esta etiqueta por parte del colectivo Poesía Sub 25, enmarcada en un diagnóstico sobre lo que está pasando con la poesía joven aquí y ahora, más allá de las demás características que se le atribuyen a “lo sentimentalito”, apunta hacia la orfandad, pero a una orfandad de escena. Mejor dicho, apunta a la necesidad de no estar tan solos.

Me explico. En primer lugar, debo señalar que “lo sentimentalito”, es una etiqueta totalmente arbitraria y gaseosa. Arbitraria, porque, estos autores, más allá de compartir el lapso de tiempo donde han publicado por primera vez, y la cercanía en sus años de nacimiento, llegan a ser diametralmente opuestos con respecto a sus estéticas, e incluso, el fondo que cada uno de éstos plantea. La sentimentalidad de los sujetos poéticos de estos autores puede ser cuestionada y diferenciada  Eso por un lado. Por otro lado, como sucedía con la Alt Lit, caracterizarla por introducir objetos que no se consideran poéticos, como el lenguaje de internet o referencias a la cultura popular occidental, es también síntoma de una categoría o un concepto creado vertiginosamente en medio de una serie de preguntas que todavía no tienen respuestas claras ni concisas. Ese tipo de referencias no han sido novedad ni para la tradición poética peruana ni ninguna otra. En realidad, más que cualquier cosa, han cambiado las condiciones mediante las cuales se produce y reproduce poesía, o literatura en general, entre otras cosas que no contempla esta suerte de análisis.

Pero a lo que voy es que esta etiqueta (“lo sentimentalito”), en vez de ser un término que diferencia a unos pocos autores de los demás que puedan existir, se convierte en un término incluyente, al cual es fácil de plegarse, y sirve para darle visibilidad a autores que hace no mucho entraron a escena. Y justamente, esto no es casualidad. No lo digo porque la agitación de una etiqueta así de ambigua en el imaginario de internet sea un mero autobombo o alguna estrategia muy bien pensada de marketing. Más bien, es un síntoma de querer, como sea, construir una escena poética que pueda refutar y desplazar a la hegemonía que hoy se alza en sus columnas vertebrales. O mejor dicho, es la necesidad de cumplir aquella promesa que la “Nouvelle vague” fue: la ruptura y la nueva poesía peruana.

No es mera coincidencia que se apele constantemente a la contradicción entre “viejos aburridos” vs “jóvenes divertidos”. Una contradicción, que creo, no es totalmente cierta, si acaso es que el fin de este desplazamiento, es decir, que la resolución de esta contradicción sea más que una refutación de posiciones, una imposición de posiciones a través de ocupar aquel lugar que la crítica y la escena más oficial ocupa ahora.

La apelación a la juventud como unidad de la movida poética -valga la redundencia- joven, toma forma al reducir su leitmotiv, su devenir incluso, a la confrontación constante con tigres de papel, como lo serían los juicios irrelevantes de José Carlos Yrigoyen, sin mirar al rededor de esta pequeña, pero viva escena. Peor aún, sin confrontarse con las taras que se plantean en tanto ésta se desarrolle, o encasillar de plano toda escritura posible en un marco que a estas alturas no necesita.

Eso es, al fin y al cabo, mutilar todo lo que con lentitud se está construyendo.

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¿Dónde viven los monstruos? A veces viven en el lugar menos pensado. El monstruo de la movida poética no es José Carlos Yrigoyen: como todo, es desechable y tiene fecha de caducidad. Más bien, creo que nuestros monstruos viven en el futuro. En lo que podría pasar de aquí a un tiempo con todo lo que se está escribiendo ahora. En qué clase de monstruos podríamos convertirnos quienes estamos escribiendo aquí y ahora. Qué cosas escribiremos cuando los jóvenes de mañana nos pisen los talones.

“Lo sentimentalito” tiene el mérito de ensayar una respuesta a una pregunta que ahora es imposible de resolver, pienso. Una pregunta, que tal vez tratar de responder es un ejercicio interesante, pero al mismo tiempo es nociva para el mismo movimiento, en especial cuando la dinámica de los medios por los que estos autores comenzaron a ganar medianamente su público, exige más que lo real, lo inmediato o lo fragmentado. Efectivamente, esta dinámica obsesionada con lo extraordinario, y al mismo tiempo con las definiciones y las etiquetas, exige que esta promesa sea cumplida para mantenerse relevante o vigente. Es así como se pone un peso totalmente innecesario y desagradable sobre poetas que apenas están publicando sus primeros libros, pero que tienen la obligación de convertirse en la promesa que la poesía nueva necesita.

Tal vez de aquí a poco tiempo nos olvidemos de esta categoría. Mas otras aparecerán, así como lo fue la “Alt Lit”, la “Lat Lit”, el “After Language” o la “Generación Post”. Sin embargo, hay algo que creo, no debemos perder de vista, y es que todas estas etiquetas apuntan a la esperanza de la gran generación mesías. Todas estos intentos de diagnosticar y predecir una vanguardia que dinamice una vez más el rumbo de la poesía escrita en este territorio. Tal vez en este idioma.

¿Aquella promesa se cumplirá? En concreto, no tengo ni la menor idea. Habrá que esperar.

Crucemos los dedos.