Por Luis Alberto Castillo
1. El sábado 17 de junio a las 17 horas, la página de Facebook del colectivo sub25 comparte la última entrada de su página web, un artículo firmado por Roberto Valdivia, que lleva por título “After Language o THEN I TURNED INTO A ROBOT”. En él se hace un análisis de un sector de la poesía peruana reciente que en los últimos dos años ha recorrido caminos que, si no escapan, al menos han podido abrirse paso zigzagueando la veta coloquial que ha dominado la poesía local de los últimos años. Para Valdivia no se trata simplemente de un grupo de poetas que puedan circunscribirse al interior de la llamada “poesía del lenguaje”, sino que estamos frente a una escena de poetas experimentales que han sabido incorporar al poema lenguajes no-literarios que han terminado por cuestionar su propia identidad y anatomía. Es cierto que tal denominación de “experimental” puede resultar algo equívoca, pues pareciera que bastara con desafiar al lenguaje (sea lo que sea que eso signifique) o asumir riesgos para poblar esa isla. Si así fuera, a la lista que presentan los sub25 (compuesta fundamentalmente por los hermanos Vera, Rosa Granda y Carlos Quenaya) habría que sumarle poetas como Cristian Briceño, María Miranda o Luis Enrique Mendoza. Pero si bien uno puede discrepar de Valdivia (sobre todo de sus criterios cuantitativos y de su amor por la noción de “canon”), es innegable que su texto intenta pensar las condiciones desde donde emerge la poesía de este grupo de artistas y sienta las bases de un debate quizá demasiado futuro para una crítica que insiste en ponerse de espaldas para mirar hacia adelante.
2. El lunes 19 de junio a las 13:49 horas, el Crítico literario más famoso de las redes sociales (y ahora también de la señal abierta), hace un post en su muro de Facebook burlándose, supuestamente, del artículo de Valdivia en el que señala que “Los poetas jóvenes experimentales de Camboya nos informan que los poetas jóvenes experimentales de Camboya están dando la hora, según la página web de poetas jóvenes experimentales de Camboya, que como está escrita en camboyano experimental, solo puede ser leída con claridad por los poetas jóvenes experimentales de Camboya (…)”. Ya Proust había dicho que los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera y Deleuze insiste en que lo que hace la literatura con la lengua no solo es descomponerla, sino crear una lengua dentro de la lengua, propiciar un delirio que la saque de sus propios fueros fijados por la tradición y el sistema dominante. Para que pueda darse esto es necesario que el lenguaje mismo sea llevado al límite, que transite su afuera, que aprehenda las condiciones de las que emerge tanto el español como el camboyano[1]. Sucede que no se puede negar que Jose Carlos Yrigoyen lee de un modo muy perspicaz la poesía, pero con lo que no puedo estar de acuerdo es con las conclusiones que suele sacar de sus lecturas. Digamos que el Crítico sabe mucho de síntomas, pero cuando el ánimo es únicamente el de corregir, uno puede olvidarse de cómo hacer diagnósticos. De ahí que quizá pueda ser exagerado decir que estos poetas estén labrando una nueva poesía, pero resulta al menos significativo que el Crítico los vincule a una lengua extranjera que no es casualidad que cuente con una grafía propia y ciertamente muy bonita.
3. El mismo lunes 19 de junio a las 23:16 horas desde los Olivos, la página de Facebook del colectivo sub25 pisa el palito y hace un post en respuesta al post del Crítico en el que se refieren a este y sus amigos como “Los poetas aburridos de Indonesia (…) que han encontrado la fórmula definitiva para saber qué es poesía y qué no lo es en absoluto.” De más está decir lo ridículo que resulta semejante denominación en la medida en que reduce una discusión de poetas a un enfrentamiento entre “(jóvenes) divertidos” y “(viejos) aburridos”. Pero acaso no existan las casualidades y haya que señalar que el indonesio, idioma que le atribuyen los sub25 al Crítico y sus amigos de Facebook, era una lengua que hasta antes de su estandarización usaba un alfabeto propio (parecido al japonés), pero que a partir de 1945 (debido a la colonización de occidente) empezó a utilizar el alfabeto latino y fue perfeccionando su ortografía en las décadas venideras. De ahí que quizá, en el mejor de los casos, estos poetas indonesios, al contrario de lo que se cree, sean demasiado jóvenes como para darse cuenta de que la lengua en la que escriben también alguna vez empezó pequeña. Pero bien, fuera de estos ociosos intentos por comprender esa forma tan poética de fabricar post, está claro que algo grave está pasando para que lo que podría haber sido un debate sobre poesía peruana termine en una patética imposibilidad de comunicación entre supuestos poetas del sudeste asiático.
4. El martes 20 de junio a las 8:53 horas, uno de los amigos de Facebook del Crítico más popular de las redes sociales (y ahora también de la señal abierta), le informa “que los poetas jóvenes experimentales de Camboya ya sacaron su descargo en el que defienden a los poetas jóvenes experimentales de Camboya”, para que finalmente el Crítico comente, con la solvencia que lo caracteriza, que espera que la próxima vez lo hagan sin faltas ortográficas. Para entonces la página de Facebook del colectivo sub25 había desempolvado una entrada de su web en la que Valdivia acusaba a Yrigoyen de esforzarse por “inventar un desierto”, en relación a la poca flexibilidad de sus estándares para reconocer los nuevos trayectos que empiezan a configurarse a partir de la poesía peruana más reciente. Casi dos años después el desierto ha sido habitado por un nuevo grupo de poetas y ante la imposibilidad de negarlos, el Crítico no ha tenido mejor idea que desterrarlos a uno de los países más pobres del continente asiático. Esta práctica ha tenido por largo tiempo su expresión simbólica en lo que los sub25 señalan como el arma secreta del Crítico: el botón de “bloquear” del Facebook… como si fuese necesario reducirlos primero en el terreno de lo virtual, para borrar después cualquier vestigio suyo en lo real… Ciertamente esta época pone en los dedos nuevas formas de satisfacer nuestras fantasías.
5. Después de bastante alboroto, reacciones de Facebook, memes y bloqueos, tal vez sea pertinente reclamar acá la necesidad de la renovación de la crítica literaria y explicar el porqué del “repliegue de la crítica” en los últimos, digamos, 40 años[2]. Pero lamentablemente habrá que dejar eso para luego e insistir por el momento en la situación de los poetas [experimentales] del Perú. En el mismo texto de Deleuze al que hacía referencia más arriba, el filósofo recuerda el cuento de Kafka sobre el campeón olímpico de natación que no sabía nadar. Basta revisar un breve capítulo de la historia del atletismo para señalar que lo absurdo suele estar menos en los hechos que en la postura humana frente a los hechos. Hasta antes de las Olimpiadas del 68, el salto de altura solo conocía tres estilos: el de tijera, el rodillo costal y el rodillo ventral. No será sino hasta los Juegos Olímpicos de México que un joven Dick Fosbury se haga de la medalla de oro saltando de una manera inédita hasta el momento. La nueva técnica consistía en tomar una trayectoria curva para atacar transversalmente el listón y terminar saltándolo de espaldas. El mismo Fosbury contará cómo es que desde que innovó esta forma de saltar la gente se reía de él considerándolo un snob o un chiflado… todo esto, claro, hasta que se colgó en el cuello una medalla (¡nada menos que un campeón de salto de altura que no sabía saltar!). En adelante no habrá saltador de élite que no utilice la técnica de Fosbury.
Es muy probable, pues, que estos artistas – que por cierto nada tienen de atletas – sigan transitando el terreno de la ilegibilidad y sean tenidos por hablantes de una lengua menor hasta que no se hagan, y esto es solo un ejemplo, de algún premio literario que convierta su habla en una jugosa mercancía. Mientras tanto la Crítica seguirá con su fobia hacia las lenguas extranjeras, olvidando además que Vallejo, alguna vez, fue un ex convicto que poco sabía de escribir “bien” y publicó un libro en una lengua para idiotas.
[1] Acaso valga la pena citar a Vallejo: “La gramática, como norma colectiva en poesía, carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede hasta cambiar, en cierto modo, la estructura literal y fonética de una misma palabra según los casos. Y esto, en vez de restringir el alcance socialista y universal de la poesía, como pudiera creerse, lo dilata al infinito. Sabido es que cuanto más personal (repito, no digo individual) es la sensibilidad del artista, su obra es más universal y colectiva”
[2] Existe ya un artículo muy interesante de Mateo Diaz Choza que ahonda precisamente en este tema: https://cuadernosdelhontanar.com/2017/01/08/el-repliegue-de-la-critica/